El género
humano no convive con coherencia. Si pretendes dar libertad, a la larga
consigues libertinaje; si das trabajo a todo el mundo, el sistema económico se
derrumba; si eres justo, te derrocan.
Quizás no somos capaces de pensar con
precisión y sólo atendemos a otros parámetros que aún no somos capaces de comprender. Creo que podemos llegar al punto
álgido, a la más avanzada civilización -pues se sabe que cualquier tiempo
pasado fue peor-, pero de lo que somos incapaces es de reconocer “ese” punto
óptimo, ese punto inmejorable en el que digamos: “¡nos plantamos!, nos gusta
este sistema y no se puede mejorar”.
Aunque el gran Dios se hiciera carne, descendiera frente a nuestras narices y nos obligara a adoptar un sistema
perfecto, un sistema que favoreciera a todos, que solucionara los problemas básicos de todos los habitantes del planeta, con una infabilidad tan evidente como que el agua es trasparente, aunque estuviéramos en
él y todos disfrutáramos de bienestar, millones y millones de personas se
manifestarían y lucharían por salir de ese estado (si todos fuéramos iguales de
repente, ¿no protestarían todos los terratenientes del presente?).
Protestaríamos
porque siempre ansiamos cambiar las cosas y ser parte activa en el proceso, y también protestaríamos porque somos
libres, y la libertad da lugar a que mucha gente discrepe, aunque ello suponga
oponerse al punto óptimo de gobierno que colme las necesidades de todo el mundo.
(Sí
eso sucediera, si los dioses mostraran su divinidad de forma meridiana y se
ofrecieran a arreglar cuanto hemos hecho mal, averiguaríamos que no sería
suficiente para que nosotros nos civilizáramos).
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